Alabados sean los "selfies"
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Cristina y yo en un "selfie" de hace un par de veranos.
Me intereso por la fotografía desde que hace cuarenta y muchos años me regalaron una Kodak Brownie Fiesta. Además de la toma de mis propias vistas, siempre he atendido a las de los demás. Así he llegado a conmoverme con las instantáneas que muestran una visión singular de la vida y a aborrecer la fotografía contaminada por la pintura -"pictorialista", que se dice- tanto como odio el cine contaminado por el teatro. Este pictorialismo cobró un auge especial en los años 70. En aquellos días, con las gasas, los flous y demás difuminados del bueno de David Hamilton a la cabeza, las fotos tenían tanto grano que apenas se veían. Pero hoy vengo a hablar de filias, que no de fobias.
Sobre una de las cosas que he observado en todo este tiempo de interés por el hecho fotográfico -el miedo que inspiraban las fotos a la gente en mi feliz infancia-, Cristina fue a llamarme la atención el otro día. Decía ella que, cuando éramos pequeños, la gente miraba a las cámaras asustada. Basta con fijarse en esas filmaciones documentales de los años 60, en las que el reportero formula cualquier pregunta en la calle, para rendirse ante la certeza de la afirmación.
Desde entonces vengo dándole vueltas al asunto. Así he pensado mucho en el camino recorrido desde aquellas fotos con sus protagonistas asustados -las de los carnés de familia numerosa son proverbiales-, tomadas en los días en que había gente que cuando la llamaban respondía "mande" o "servidor", a este imperio de los selfies, en que incluso los gobernantes posan para estas autofotos con el primer particular que se lo pide.
Tengo la teoría de que esta eclosión del autorretrato arranca con el selfie de Thelma (Geena Davis) y Louise (Susan Sarandon) en la cinta homónima, dirigida por Ridley Scott en el 91. Dicha autoinstantánea -tomada por cierto con una de aquellas Polaroid que pusieron en marcha el boom del selfie mucho antes de que los smartphone se generalizaran-, además de ser un icono del cine de los 90, sintetiza no sólo la estética, sino también la ética de estos autorretratos. Thelma y Louise se fotografían al comienzo de su aventura, que al cabo no es otra cosa que la exaltación de su libertad individual en un mundo lleno de prejuicios machistas. Su selfie, por lo tanto -además de un icono del cine de los 90- es un símbolo de ruptura con lo viejo y de celebración del individualismo. Me gusta. Esa misma celebración de uno mismo, ese exorcismo de los complejos es el que buscan estos autorretratos. Alabados sean todos ellos.
Publicado el 2 de marzo de 2015 a las 09:30.